mayo 07, 2008

Silencios

La palabra se desdibujó.
Y ese silencio acabó con ellos.
El tiempo
-ese divino “tesoro” de los mortales-
acabó con ellos.
Destellos de luz que terminaron extinguiéndose por completo.
Ese mismo silencio, que en pretéritos estaba poblado de sentidos,
quedó hueco.
Y así, sus lenguas quedaron inmóviles,
eternamente.



Digamos que un silencio puede construirse como un lenguaje enriquecido de sentidos, potenciado por el momento.
O digamos también que puede convertirse en el producto de un andamiaje de palabras nunca dichas.
Aunque he leído por ahí que “El silencio es el padre y la madre de la palabra. No hay palabra sin silencio. No hay sonido, no hay música, sin silencio”.
Pero, ¿por qué molesta tanto?, ¿por qué la necesidad de decir algo para llenar ese “espacio”?
En este mundillo de ideas, John Cage (a quien he conocido a través de bella persona) dirá que “…aún en el entorno más aislado posible escucharemos los sonidos del torrente sanguíneo y del sistema nervioso…”
O como bien lo ha dicho Miles Davis, “el silencio es el ruido más fuerte, quizá el más fuerte de todos los ruidos”.
Sin entorpecer demasiado la idea, agrego las palabras de Eugenio de Andrade (poeta portugués) al respecto: “el silencio es mi mayor tentación. Las palabras, ese vicio occidental, están gastadas, envejecidas, envilecidas. Fatigan, exasperan. Y mienten, separan, hieren. También apaciguan, es cierto, pero ¡es tan raro! Por cada palabra que llega hasta nosotros, aún caliente de las entrañas del ser, cuánta baba nos resbala encima al fingir la música suprema”.