junio 09, 2009

Ayer

Atravesó la puerta del café, tomó un lugar, prendió un cigarro, ordenó una copa y comenzó a leer.
Un susurro que le pareció ajeno, se hizo intenso. Volteó y allí estaba, parado, observándola, con el mismo aire alegre de años atrás cuando la vio partir.
Las dos atmósferas, los dos semicírculos, aquellos que nunca lograron cerrar el trato, aproximaron las letras, intentaron crear el hilo de un momento que no se repetirá jamás.
El diálogo vacuo de dos desconocidos que olvidaron en el buzón cartas nunca abiertas, nunca leídas. Dos conocidos, desconocidos, tan extraños, tan distintos de ayer, fuera de tiempo.
El cúmulo de palabras nunca dichas, que atosigaron, enmarañaron, ahogaron el alma seca, se esfumaron poco a poco, dejando los bolsillos livianos con el matar de los días.
Ya no importaba hacer coincidir los renglones de dos mundos tan ajenos entre sí, ya no importa, ya no duele, ya no pesa.
El tiempo que todo lo puede.
No se dijeron mucho, no había demasiado de que hablar, mirarse era mirar un espejo viejo y resquebrajado del pasado que fue.
Habían llevado en sus espaldas las derrotas de abriles, algunos mayos quizá, que permanecieron volátiles en el aire hasta desaparecer completamente.
Conocerse y reconocerse, desconocerse y perderse hasta olvidarse.
Eran hoy dos sujetos solitarios –eso sí- arrojados en un mundo tan estéril de sentimientos que no podían ni reconocer los suyos propios. Se amaron –quizá y a su forma-, o creyeron que esa era una forma de amar. Pero debieron reconocer que nunca lograron aproximarse al mero conocimiento del otro más allá de sus cuerpos desnudos.
No quedaban ni las ganas de sexo aséptico. Eran dos conocidos, desconocidos, tan extraños y tan teñidos de ayer.
Desvestir el fantasma nunca ha sido fácil, arrancarle los colores bonitos y las luces brillantes, tan brillantes que encandilaron; dejarlo completamente desnudo hasta hacer doler los ojos de tan cruda realidad.
El encuentro duró apenas una copa, se saludaron con un beso improvisado y se dijeron adiós.